Por: Marta Lucía Echeverri.
Los pastos secos oct
/2013
Duermo
en un cuarto que da al jardín. Llamarlo así es una licencia poética. Se
trata de algunos metros de pastos secos por la falta de lluvia, pero esos
pastos secos a veces traen sorpresas inefables.
Ayer
me desperté, abrí los ojos lentamente, miré por el vidrio de la ventana hacia
el jardín, me restregué los ojos. Yo había sentido algo así como cascos
transcurrir a lo largo de la carretera, mientras dormía. Pero cuando mis ojos
se abrieron de verdad, sorprendí “su mirada en la mía”: era un caballo, bello
como una pintura. Le sonreí porque no sabía cómo explicarle que no me molestaba
que comiera las matas de mi jardín, tranquilamente bajó la cabeza y continuó.
Más atrás estaban otros dos, uno de ellos era un potrillo color visón que tenía
puesto un cencerro en su pequeño cuello; cuando se agachaba para comer el
cencerro sonaba de forma muy dulce y en momentos estiraba su cuello y el
cencerro paraba de sonar. Atrás venia una hembra de color azabache, tenía en su
frente una estrella blanca y sonreía; si, escucharon bien, sonreía. Miraba las
ramas secas de lo que alguna vez fue una cerca viva, como si fuera un jugoso
banquete.
Tal
vez eran Padre, Madre e Hijo.
Fue
por el hambre y la sed de los caballos que comprendí lo necesario de la lluvia;
hacía meses que no llovía en Piedra Blanca; en realidad, desde que me mudé a la
casa que mira a la montaña, nunca llovió. Sentimos pulular fuertes vientos,
vimos cortinas de niebla cubrir las montañas, pero la lluvia no, todo lo verde
desapareció.
Me
levanté un momento para recoger agua de la llave, y dales de beber a esos
caballos encantadores y sedientos, de repente el cencerro dejo de sonar, me
puse el abrigo que cuelgo a la entrada de la casa y me apresuré a salir con un platón
lleno de agua. Me quedé paralizada por varios segundos, no podía creer lo que
veía. Los caballos habían desaparecido y mi jardín estaba verde y florecido
como no lo había visto ni en sus mejores momentos.
Una
sensación de desconcierto me hizo agachar la cabeza y en el platón de agua que
había llevado para que los caballos bebieran, vi el reflejo de los tres cabalgando
por las nubes y sonriendo con esa sonrisa que hacen los seres vivos cuando se
sienten agradecidos.
Cuando
me desperté estaba lloviendo.
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